Personal vs Profesional
La mayoría de nosotros hemos incorporando la tecnología en nuestras vidas casi sin darnos cuenta y sin haber sopesado previamente si debíamos hacerlo o no. Prueba de ello es el uso habitual de ordenadores, teléfonos móviles, tablets, smartphones, internet, etc., en nuestro día a día. Cuando se nos pregunta respondemos claramente que de una u otra forma nos han mejorado la vida, ya sea por poder comunicarnos desde cualquier lugar, ahorrar tiempo o permitirnos hacer cosas que años antes pensamos que solo eran posibles en el guión de una película de ciencia ficción.
Sin embargo, en nuestros negocios, se produce una importante diferencia; el uso de la tecnología crea preocupación e incertidumbre. La facilidad con la que aceptamos la tecnología individualmente, en la empresa requiere de numerosos proyectos de viabilidad de la inversión, de dudas sobre su conveniencia, o de reticencias basadas en cómo se verán los cambios por la clientela o el propio personal. Es significativo ver esta dualidad de pensamiento: no me imagino a nadie dudando sobre si invierte o no en un nuevo teléfono móvil para estar mejor conectados a internet o localizados, mientras que casi todos podríamos dudar sobre si invertimos en una página web de empresa para conseguir el mismo objetivo.
En ocasiones, para ver este problema con un símil irónico, es positivo comparar a nuestros negocios o empresas con nuestros hijos, ya que creo que el cariño, la ilusión y las ganas de verlos crecer sanos y fuertes son válidos para ambos. Pues bien, no creo que haya nadie hoy en día que no tenga un hijo en edad adolescente que no le demande más tecnología que la que uno alcanza a conocer: un smartphone 4G con gigas ilimitados, ordenadores o tablets, dispositivos conectados mediante wireless, etc. Están a la última en tecnología y no dudan en pedir todo lo que quieren, y en muchos de los casos, nosotros como amantes padres y madres que deseamos lo mejor para ellos, se lo damos encantados. Sin embargo, en el caso de nuestro negocio, no se aplica el mismo rasero, la mayoría de las veces, vamos a remolque de lo que se está ofreciendo, y creo que esto se debe a que nuestras empresas son como hijos que no saben pedir lo que necesitan para estar más felices, sanos y fuertes.
¿Cómo solucionamos este problema de comunicación entre nuestra empresa y nosotros? El problema puede tener varias soluciones: aprender de otros, buscar un especialista en tecnología o (sólo para los más osados) jugar a prueba y error.
Aprender de otros es el más extendido, solo hay que hacer una pequeña investigación para ver lo que nuestro entorno está haciendo, cómo les va y cuales son las prácticas más extendidas. Si se están haciendo será porque está dando sus frutos.
Buscar un especialista tecnológico es otra gran opción, y suele ser también el paso que acompaña a aprender de otros, ya que son los profesionales, en este caso las empresas tecnológicas, las que mejor pueden estudiar nuestro caso y orientarnos a realizar las mejoras más acordes a nuestro negocio.
La última y más comprometida, la prueba y el error, es para los valientes que están abiertos a probar todo aquello que les llega a sus oídos. Tiene la ventaja de que si sale bien, te puede ir mejor que nadie, ya que fuiste el primero en implantarlo, pero también comporta más riesgos que las otras.
Está claro que nunca hay soluciones perfectas, sobre todo cuando se trata de algo tan querido como un hijo o un negocio. Lo mejor suele ser, bien asesorados por nuestro entorno y especialistas, probar las mejoras más adecuadas, estudiarlas y evaluarlas, para quedarnos con las más útiles y rentables y seguir avanzando.
Lo que sin duda debemos romper es este miedo a la innovación tecnológica que sólo tenemos en la parte profesional. Como remate os dejo con una frase que me hace no parar nunca: “No tengas miedo de avanzar y arriesgarte. Ten miedo de no hacer nada y quedarte en el camino”.